CRÓNICA DE LA ALTERNATIVA DE PEDRÍN BENJUMEA.
Castellón, 27-2-67
Se garantiza la emoción. Esto es lo que deberían decir
los carteles feriales inmediatamente debajo del nombre de Pedrín Benjumea. Una
emoción tremenda, sincera, de verdad. Una emoción que nace más allá del tópico
y de lo corriente. Una emoción que deja al público sin aliento para jalear,
para aplaudir. Emoción tremenda.
Porque ver a este torero, a Pedrín Benjumea, ante los
toros, no es apto para cardiacos. El ánimo se queda en suspenso, no se puede
articular palabra y sólo cuando el torero nos da la pausa al finalizar las
series de muletazos a la res, respiramos hondo. Aquí, en este primer doctorado
que nos trae la temporada, hay un hombre que sabe transmitir a los tendidos su
verdad torera, esa verdad que llega al aficionado con la fuerza de la auténtica
entrega. Es como un legionario vestido de luces, al que la propia muerte no
importa porque a fuerza de tratarla, de estar con ella todos los días, no le da
importancia.
PEDRÍN BENJUMEA camina por paso seguro sobre las huellas
de los califas toreros, por las sendas llenas de dificultades de los toreros
tremendamente emotivos y por ello tremendamente importantes de la fiesta. Había
momentos en que el público, con esa captación que tiene siempre de la tragedia
parecía sobrecogerse por su enorme valor. Ni un ruido, ni una palabra rompía el
alucinante silencio, viéndole pisar firme, estoico, un sitio en el que la vida
y la muerte juegan su suerte al filo de la navaja.
Hoy en tarde de tanto compromiso, PEDRÍN BENJUMEA se la
ha jugado todo a un envite y por fortuna ha salido triunfador. Malas cartas en
sus manos –un primer toro de AP llamado “saleroso”, marcado con el número 222 y
sus buenos tres montones de mansedumbre, que le hacía salir suelto del caballo,
embestir arrollando, con la cara alta y probando en su corta embestida. Y un
sexto toro que le coge dos veces por el pitón derecho y se queda también muy
corto- pero ha sabido jugar la baza de su valor y ha vencido en toda regla.
Con el capote se ha hecho ovacionar con fuerza en sus dos
enemigos, pero a nuestro juicio, las verónicas que instrumentó al que cerró
plaza, fueron las más logradas. Y con la franela, sus dos trasteos han tenido
esa fuerza arrolladora, ese llegar a los tendidos de forma sobrecogedora. La
mano izquierda y la diestra han sido fieles ejecutoras del más emotivo toreo
que su cabeza y corazón dictaban. Y así, entre música, oles y alboroto general
han discurrido sus dos trasteos muleteriles en los que la emoción ha ido del
brazo de la mejor ejecutoria torera. Un toreo de zapatillas atornilladas y
asustantes apreturas, pero también un toreo en el que los pases salían limpios,
perfectamente iniciados, rematados y ligados en un terreno que parecía
imposible.
Su primero no se deja matar, echa la cara arriba en el
momento de cruzar y no deja al torero meter el brazo. Tiene que entrar a por
uvas en cuatro ocasiones y descabellar finalmente. Pero su labor había calado
hondo y se le premió con una gran ovación, teniendo que recorrer el ruedo en
triunfo. Al sexto, tras una gran labor, lo mató de forma imponente de una
estocada en todo lo alto y un golpe de cruceta y esta vez sí, esta vez se le
otorgan las dos orejas y el rabo y en medio de gran entusiasmo se le paseó en
hombros por el ruedo y le llevaron así hasta el hotel.
Padrino de la ceremonia de alternativa del de Palma del
Río, fue el madrileño JULIO APARICIO. Ya se sabe que Aparicio es un maestro. Se
sabe también que torea como el mejor artista y se sabe que su afición es mucha,
tanta que le hace seguir al pie del cañón cuando nada o casi nada le queda por
ganar en el toreo. Pero las cosas son así y Julio Aparicio es torero porque los
que le nacieron torero y gusta estar haciendo gala de su juvenil veteranía por
los ruedos de España.
Es bonito y admirable que un hombre, una figura del toreo
de las proporciones del maestro de Pardiñas, se complazca en lucir su arte y su
maestría tarde tras tarde. El día que toreros de su corte falten en los ruedos,
a fiesta habrá perdido mucho. Esta tarde ha toreado soberbiamente con el
capote. Lances medidos, templados. Verónicas en las que ha sabido llevar embebidos a sus enemigos y
con la franela, naturales largos y templados, que han tenido sobre todas las
virtudes la de su propia sencillez. Sin forzarse, con naturalidad, Julio ha
jugado la mano izquierda de forma portentosa, imprimiendo a la suerte toda la
grandeza de su personalidad. La diestra ha sabido también exponer el mejor
toreo en unos redondos de magnifica ejecutoria y los pases de pecho han sido
como la rúbrica gallarda de su actuación. El tener que intentar en tres
ocasiones el descabello tras la estocada, le han privado del corte de oreja en
el segundo de la tarde, pero en el cuarto, al que ha matado muy bien de
pinchazo y estocada, ha cortado una oreja con petición de otra y triunfal
vuelta al ruedo.
Y qué decirles de PALOMO LINARES. En verdad que he de
confesar que no sé qué decirles para que no piensen que exagero o que me he
vuelto loco. Para contar lo que hemos presenciado esta tarde, me faltan
palabras y me sobra fantasía. Porque decir que con el capote ha toreado a la
verónica como los ángeles me parece poco. Pero sí. Y con la franela, cómo
explicarles la belleza, largura, profundidad y temple que ha tenido su toreo al
natural. La suavidad, ligazón, armonía y ritmo que han tenido todos sus muletazos.
Faena cumbre de un artista en plenitud de su oficio y de su inspiración
creadora. Cada pase duraba una eternidad y cada uno de ellos era un tratado de
tauromaquia. Faena de pases largos, sentidos, gustados por el propio torero. Y
por si fuera poco, a la hora de la verdad, la estocada fulminante. Una estocada
entregándose para que el momento fuera más emotivo. Toro y torero ruedan cada
uno por su lado, el uno para morir, el otro para culminar su obra. Dos orejas,
el rabo y el delirio. Una faena para deleite propio y de todos los aficionados.
Y en el quinto, otra oreja por una faena alegre,
pinturera y variada en la que Palomo dejó oír su eco de torero grande al torear
sobre una y otra mano con ese aire de figura impar que tiene el crío. Pinchazo,
estocada y vuelta al ruedo entre el clamor general que continuaba al final del
festejo cuando salió en hombros de la plaza.
Una pareja interesante: Palomo Linares y Pedrín Benjumea
y un maestro en la plenitud de su arte: Julio Aparicio.
Se lidiaron toros del hierro de AP, los tres primeros y
otros tantos de Montalvo que, salvo el primero de la tarde, no ofrecieron
dificultades.
Y nada más. Hasta el próximo día 1 de marzo en que
iniciamos nuestras emisiones diarias, les deseamos muy buenas noches a todos.-
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